Educar, significa en términos de vida conducir hacia una vida plena, gratificante y satisfactoria, donde la persona pueda reconocerse a sí mismo como un ser magnífico, con atributos que le ayudan a desarrollar habilidades y destrezas. Las cuales lo llevan a experimentar plenamente su vida y trascendencia.
Sin duda, los primeros “conductores” son los padres, pero también, todos aquellos que forman parte del entorno en que se va desenvolviendo la vida de todo ser humano.
Hablar de parentalidad, por tanto, es pensar en estos guías formadores, que abren espacios para la emergencia y desarrollo de potenciales y habilidades, a través de experiencias que van construyendo identidad, personalidad, mundos internos, formas de relacionarse con la realidad y el entorno, creatividad, estima de sí y la disciplina.
En los procesos de vida, se van sumando otros guías formadores que siguen abriendo espacios de crecimiento, desarrollo y expansión, hasta llegar a la adultez, momento en que se convertirá a su vez, en un formador.
Quiénes rodean al niño desde el inicio de su vida, durante su tránsito hasta la vida adulta, son una influencia que puede promover u obstaculizar su desarrollo hacia la expresión plena de sí.
El ejercicio de la parentalidad implica, tener en primer lugar consciencia del impacto que se tiene en la posibilidad vital de ese ser en desarrollo. Es reconocer que, a mayor conocimiento de los procesos, momentos, oportunidades de integración y habilitación de capacidades, mejor resultado se obtendrá.
Por: María Sanz, psicoanalista
@mariasanzm
Commentaires