Muchos de nosotros hemos experimentado ansiedad, y como ya lo hemos abordado en otros artículos de este blog, la ansiedad es un miedo sin nombre.
¿Cuándo sentimos miedo? Fundamentalmente cuando anticipamos un desenlace indeseado o que pone en riesgo la vida, pero sobre todo, cuando ese riesgo o ese desenlace parecen ser inevitables y con pocas probabilidades de ser diferentes a partir de nuestra intervención.
También hemos dicho que el miedo es un mecanismo extraordinario de nuestras psiques para llevarnos a un estado de alerta y poder atacar o huir, lo que dispara todo tipo de respuestas, fundamentalmente fisiológicas, para poder salir airosos del problema y mantener nuestra integridad. Sin embargo, no siempre “la libramos”, es decir, en ocasiones solamente nos alejamos de la fuente de amenaza pero no la desarticulamos, y entonces, vivimos con la constante zozobra de que en breve puede aparecer la amenaza y tomarnos por sorpresa, desarmados y entonces si, seremos víctima de aquello a lo que tememos.
Es así como se empieza a generar un ciclo perverso de miedo al miedo del miedo a algo que puede dañarnos, ya sea una posibilidad como perder el trabajo, ser asaltados, perder consciencia o peor aún, miedo a nosotros mismos y nuestra incapacidad, miedo a no cumplir con alguna obligación que odiamos, miedo a nuestros remordimientos y miedo a nuestras emociones, fundamentalmente de rabia, ira y violencia.
En alguna ocasión escuché decir a alguien que el miedo era, por su expresión en inglés, (FEAR), una feroz experiencia aparentando ser real, y es justamente desde aquí, desde la fantasía de catástrofe inminente, desde donde se empiezan a generar respuestas bizarras.
Fisiológicamente, estamos diseñados para hacer adaptaciones físicas, fisiológicas y metabólicas que nos permiten desplegar gran fuerza para “atacar o huir”. Estas respuestas se llaman Simpáticas, toda vez que es el sistema nervioso autónomo simpático quien las dirige. Sus manifestaciones son: secreción de noradrelina y adrenalina, taquicardia, hipertensión, suspensión de la motilidad del tubo digestivo, incremento de la frecuencia respiratoria, incremento de la disponibilidad de glucosa, dilatación pupilar, sudoración y cierre de los esfínteres. Una vez concluido el evento, todo esto se revierte para llevar al cuerpo a un funcionamiento normal.
Cada vez que tenemos miedo, se dispara en mayor o menor grado este mecanismo simpático, dependiendo de la apreciación que tengamos de la amenaza.
Por: María Sanz, psicoanalista
@mariasanzm
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